viernes, 26 de diciembre de 2008

neblina

Recuerdo un día que fui a beber con Manu a un pub en Nantes.
Esa noche estaba llena de neblina, las callejuelas se veían tétricas, no tenían pastelones grandes de cemento, sino adoquines. Más tétrico, imposible.
Agréguese a la escena vapores salidos de las calefacciones varias, y una figura baja y delgada enfundada en un abrigo que no le sienta nada bien, cuyas suelas son el único sonido que llena los espacios de la calle.

En ese tiempo tú no me gustabas.
En ese tiempo a mí me gustaba la otra.
Errare humanum est.

Tal vez tú eras la otra... quién lo sabe.

Me daba miedo caminar por la plaza, el sonido de la propaganda que se cambiaba en aquel letrero gigante promocionando alguna porquería de algún supermercado rodaba y me ponía los pelos de punta. La luna se veía como una luz difuminada.
Yo le hablaba a la Luna. Es la única que siempre me ha escuchado.
Yo le pedía llegar bien a casa, sin asaltos ni violaciones, sin caerme ni tropezar con nada, o resbalar en el suelo que crujía porque se estaba congelando.
El cabello se me estaba mojando, la neblina era demasiado espesa.

Y yo conversaba con la luna, pero a mí me gustaba la otra.
Le pedía poder llegar, para volver a Chile, para verla.
Pero no sabía si tú eras la otra. La otra que a mí me gustaba.
Le pedía poder verte, le pedía poder llegar bien, le pedía la raíz cuadrada de pi y un arcoiris por la mañana.

La neblina sirvió para llegar rápido a casa y no me pasó nada más que humedecerme en demasía. Las botas quedaron en una esquina. Prendí el pecé. Ahí estabas.
Tú, que no eras la otra que a mí me gustaba. Tú que eres la otra que yo quiero.

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