martes, 9 de diciembre de 2008

bosque

La cicatriz que llevo es invisible.

Me la hicieron no hace mucho tiempo.

Lloraste sobre mí con lágrimas de ácido, y yo sólo quise coger tu mano entre la multitud, abrazarte fuerte y desaparecer contigo en otra dimensión no paralela, aisladas del tiempo y del mundo, podría contemplarte congelada eternamente.

Los arañazos en la espalda, una golondrina azul en carne, volé buscándote en todas mis primaveras anteriores, y cada grito me devolvió un eco eterno.
Me empujaron una y otra vez, una y otra vez.

Quise que me crecieran alas, pero se quebraron al primer intento de vuelo, el viento las llevó lejos, vueltas arena, inservibles.
Me empujaron una y otra y otra y otra vez... todos.

Tus lágrimas de ácido comenzaron a agujerearme la piel, y no tenía escondite, el ojo que todo lo ve amenazaba con dar la alarma, ¿dónde enterrar mis cuerpos? Mis múltiples cuerpos, cada uno te amo como ninguno de ellos pudo.
Y la golondrina me miraba cada mañana, con las alas congeladas en despegue, instándome a partir, a buscarte, a perseguir infinitamente las primaveras cual peregrino. Jamás le devolví la mirada, la mantuve firmemente atada en mis hombros, le pedí a gritos paciencia, que pronto volverías a estar conmigo le dije, que ya quedan sólo un par de días y la miseria volvería a girar como la Fortuna. Si estamos abajo estaremos arriba, para volver a bajar.

Una y otra vez, el mismo empuje, la misma pared de vidrio contra la cual la golondrina se azotaba sus alas, hasta que goteasen sangre.

¿Dónde escondernos? ¿Dónde esconderte? No se puede negar lo que se ama... tú no me negaste las tres veces. Y yo no lo haré.

Mi golondrina y yo te esperamos. Te esperaremos todo lo necesario.
Tengo tiempo.

No hay comentarios: