martes, 22 de noviembre de 2016

Can't stop

Si una niña de 10 años es capaz de decirle a otra que ella no es nadie para definirla. ¿Hasta cuándo dejo yo de hacer mi retrato con trazos ajenos?

Yo estoy hecha de barro y vidrio. De alambre y masa. De arena, sal y del agua que se empoza después de la lluvia. Estoy hecha de aserrín y de lenguas de gato.

Me voy a poner en modo tortuga luego. Ya puedo sentirlo.

Se viene la desconexión total. Y me voy a evaporar en un código binario, como el humo que exhalo cuando me escapo para fumar un cigarrillo.

El frío me solidificará la sangre pero me licúa el seso. No hay gorro que contenga todo el pajeo mental que tengo acumulado. Es grotesca la hinchazón.

Y no viajaría y me recluiría en mi madriguera hasta que aparezca mi yo de verdad. Y entonces me sentaría conmigo misma en la mesa, con una cerveza en la mano, para preguntarme qué es lo que quiero de verdad, carajo.

¿Te acuerdas cuando nos preguntábamos las cosas, como si no hubiese consecuencias en el mundo?

No tengo idea.
Me vuelvo a deshilvanar.
Es el tiempo de hacer la tarea emocional, además de la práctica. Pero no quiero, la montaña de mugre escondida debajo de la alfombra se ha puesto muy grande.

No puedo parar.

sábado, 5 de noviembre de 2016

Rápida lentitud

El tiempo es subjetivo.

Recuerdo vivir en Santiago y sentir que los meses se me hacían eternos, sumida en lo que entonces no sabía era algo muy similar a una depresión: del trabajo a la casa, de la casa al parque, del parque al sillón, del sillón a la cama, de la cama al trabajo. Levántese y repita.

No me malinterpreten, un poquito de rutina no le hace mal a nadie. Ahora mismo estoy agradeciendo la paz invernal que se cuela por las esquinas de mi departamento alfombrado. Pero el otro día me sorprendí a mi misma, mientras mi trasero estaba posado sobre el sillón azul de la consulta y Evan Good (sí, tengo un psicólogo cuyo apellido es Bueno, literalmente) me miraba del otro lado, diciendo:

- Supongo que con Janina no funcionó porque ella ya le escribió el final a la historia. No llevábamos juntas ni un año y ella ya me había echado el lazo encima, diciendo que quería casarse conmigo cuando yo saliera del doctorado. Eso significa entonces que tenía que conseguir trabajo en Alemania sí o sí y no se... no es que me molestara esa idea, sino la noción de que ya todo estaba arreglado. No había sorpresas.

Y ahora llegó Debbie.

Debbie salió de Tinder. Debbie y yo nos hemos escrito todos los días hace un mes y 3 días, para ser exactos. No se por qué me gusta tanto. Objetivamente hablando, sus atractivos tienen un balance perfecto entre lo físico y lo intelectual que hicieron que, por primera vez en muchos años, nuestra primera interacción (if you know what I mean) fuese sin una gota de alcohol por medio. Esto significa que no hay remordimiento de borracha a la mañana siguiente, que la confianza que me inspira y esa familiaridad mezclada con extrañeza me resulta realmente fascinante.

Hasta ahora, he sido brutalmente honesta con ella en la manera en la que lidio con mis sentimientos hacia ella y con el mundo. Para mi sorpresa, descubrí gratamente que muchas veces pensamos de la misma manera. También ayuda que sepa hablar español, así que hacemos mucho spanglish, y se sabe que a mí me toma el code switching.

Lo que más me molesta de Debbie es lo poco que me molesta. Lo que me encanta es que vive a una hora y estamos obligadas por la geografía a mantener la calma, la distancia, el tiempo y la separación saludable.

Evitar el drama lésbico, los chistes de U-Haul, aunque ya tenga acá ropa interior, libros y un cepillo de dientes.

Dios mío: ya tiene acá libros, ropa interior y un cepillo de dientes.

Oh lord... I am so screwed