jueves, 26 de abril de 2018

Espero que Dolor nunca se aprenda tu dirección postal.
Que nunca te toque la puerta, por accidente,
preguntando si te puede hacer una preguntita.

Ojalá que jamás te susurre "maraca", al oído,
cuando te vea tomada de la mano en la Estación Central.

Espero que Dolor no averigüe jamás que fuiste al doctor,
hace un par de semanas,
que no entendiste nada de lo que te dijo,
pero que marchaste igual,
a hacerte la puta resonancia magnética.

Ojalá que Dolor nunca se siente a tu lado,
en el paredero del bus,
diciendo "Qué rico que salió el sol"
y tu le respondas,
"Sí, ya estaba bueno."

Ojalá que Dolor se aburra de alojarse en tus neuronas,
que encuentre otro hobbie,
tal vez en el bolsillo
de uno de esos millonarios
que hablan sobre pobreza en la tele.

Quisiera que Dolor no te mire de reojo,
ni te roce el culo con intensión maligna en el estrecho pasillo
de esa micro maloliente
que hierve furiosa por Santiago,
a quinientos mil grados centígrados.

Quisiera que Dolor no sea políglota,
pa' que nunca entiendas cuando te digan "puta"
en cinco idiomas distintos,
todos con la misma lengua bífida
y la gramática de Nebrija bajo el brazo.

Me encantaría que Dolor nunca saque pasaporte
pero, lamentablemente, se sabe que tiene fama internacional
y que las fronteras
no son nada más
que una línea imaginaria.

Me encantaría que Dolor fuese visible,
pa' pegarle un cornete,
decirle que me deje tranquila,
que "Ya, está bueno"
¿acaso no ha visto la propaganda antibullying del metro?

Más que nada, mi sueño es que Dolor tuviese una sola cara,
un solo cuerpo,
una sola huella digital,
un solo ADN y entonces
mandar a las Tortugas Ninjas a que lo encierren de por vida.

Vamos a ver, dice Dolor entonces,
si tal vez la cara que salga,
el cuerpo amorfo,
la huella mascada,
el ADN rollizo,
no sea el tuyo.

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