jueves, 9 de junio de 2016

¿Por qué estás estresada?

Hoy día me calaron con esa pregunta.

En teoría, no tengo tantas preocupaciones. En la práctica soy un ovillo de emociones.
Inmediatamente, el reflejo es irse a enumerar una catralá (como decían las señoras) de problemas prácticos: las lucas escasas, el seguro de salú, el de cesantía, la cacha e' la espá y la pata e' la guagua (como dice mi madre).

Pero no se como explicarlo.

Imagínate que un día te dicen - ejemplo extremo - que te queda un mes de vida. ¿Qué harías?

Así me siento yo. Me quedan 7 días de vida en Chile. Cuando me vaya nadie va a decir "hueón", "mierda" o "puta la weá". Ese va a ser mi idioma, mis códigos... No va a hacer más piscolas ni olor a empanadas (aunque ese último no me vuelve loca). No van a haber más personas diciendo "conchetumadre" ni más brazos conocidos en los que me pueda esconder. No van a haber más llamadas perdidas ni mensajes secretos ni chistes compartidos.

Toda, toda mi vida se va a convertir en una etapa. En un recuerdo que dejo atrás.

Sí, si se que me voy a una aventura emocionante, a algo mejor. No estoy siendo malagradecida de la vida ni mucho menos. Pero tampoco quiero quitarle peso a algo que tiene el de un cachalote.

Esto es lejos una de las experiencias más aplastantes que he tenido en la vida. Nunca me he ido "para siempre" a un lugar donde no conozco a nadie, donde nadie habla mi idioma. Y por un lado eso es lo hermoso y por otro es lo terrible y desconocido.

Hay belleza en un breakdown. Este es el mío. Me estoy derritiendo. Capitán, el barco hace agua, se inunda por todos lados y yo lo que intento es transformarlo como puedo en un submarino y dejar que los violinistas de la cubierta tengan su concierto final a punta de abrazos, almuerzos improvisados y reuniones de dos horas con amigos y parientes.

No puedo más. No doy a basto con tanta sensación de fuga. Me estoy deshaciendo y volviendo a hacer en cada minuto. Entendiendo que no desaparezco pero ya no se quién chucha soy, entre tanto pasaje, pasaporte, timbre y papel.

Darse un respiro, hacerse un té o un café y pensar qué hacer el resto del día se han convertido en tareas titánicas para seres humanos cuya proyección a futuro incluye solo el aquí y el ahora. Pero yo no tengo ese lujo del presente.

Vivo hace un mes en una sala de espera, donde los compromisos son tambaleantes y factibles sólo a futuro. Intentaré no morir, de verdá que sí, pero es difícil hacer cualquier tipo de promesa.

Ya, eso sonó a suicidio. Pero es que sí, tal vez en parte lo sea. Los meses de vida, los minutos de vida, las horas de vida se tantean con firmeza y no se cómo ser productiva sin hacer demasiado, sin adelantarme mucho, acomodándome al paso de este reloj cuyo tic-tac nunca voy a agarrar al ritmo adecuado.

¿Qué harías tú? En serio, ¿qué harías?

Agarrar una revista y un lugar cómodo para esperar. Sacar la canción de oído e ir tanteando, ya, claro, eso lo hacemos todos. Pero lo que nadie te dice es que en ese "dejar hacer" relajado, en ese "dejar pasar" pachamámico hay que lidiar con todo lo que se lleva a cuestas, los asuntos sin resolver, las palabras sin decir, los miedos que no puedo verbalizar porque apenas se asoman por la punta de mi lengua alguien intenta taparlos. "Sh, sh, sh, tú te vas con una beca, tranquila, todo va a estar bien."

No es derecho a pataleo lo que quiero. Es derecho a pánico. Por eso tengo estrés, por eso me he comido mi peso en un mes, por eso he engordado y tomado y fumado como si no hubiese un mañana. Porque el 17 a las 12 del día mi vida va a cambiar, me guste o no, y en parte hubiese preferido no saberlo, pero es que ya se que no hay otra forma de hacer las cosas y qué fácil sería si alguien empacara todo por mi y me dijera "tú tranqui, duerme hasta el viernes y yo hago todo por ti".

Pero no, tampoooco es así. Y aquí estoy, escuchando a la puta Adele cantar sus canciones tristes en Deezer (porque nunca supe usar Spotify ni me interesa aprender a hacerlo). Con una pata en el futuro y otra en el pasado. Vivir así, aunque sea por poquito, aunque ya estés a punto y no falte nada más que una vuelta de esquina, es más estresante que la chucha.

Y tengo derecho. Todo el derecho, a tener un meltdown.

No hay comentarios: