viernes, 26 de agosto de 2011

Un minuto de paz


Empecé a sentirme mal por ser tan barsa.
Por quedarme tantos días pegando en la pera, tantos meses, tantos años...
Por no tener lucas para pagar lo que debo, por deberle cosas al mundo, a pesar de que el mundo me las regala.
No soy caso de caridad. Quiero pagar lo mío, trabajar lo mío, tener lo mío. Pero no es así, no tengo casa propia, no tengo auto, lo único que es mío de veras es mi celular y las cosas que me han regalado, que sería como... el resto de lo que me rodea.
No soy malagradecida. Siempre doy las gracias veinte veces, pero no puedo evitar sentirme mal por no tener con qué devolver la mano. Y si lo intento aún así sigo sintiendo que es poco, muy poco lo que hago.
No se si es el aura tóxica y triste de este departamento color ratón, pero no puedo salir de la maldita tradición familiar que me decía que yo siempre tenía que invitar si tenía plata, y que si no hay plata, entonces no se hace y ya.

Y obvio, me dan ganas de llorar. Se me aprieta la garganta, me lagrimean los ojos, el moco va deslizándose y como estoy sola me paso la manga del chaleco y me da lo mismo.
Mi hemisferio izquierdo me dice que no me haga la víctima, que no le debo nada a nadie y que pare de sufrir por weás. Pero el hemisferio derecho (de la contraizquierda tenía que ser...) me dice que me fije bien en cómo vivo, en cómo tengo que pedir para todo y en cómo doscientas lucas se van en dos semanas y en un par de idas al súper.
Es lo que hay, c'est la vie...

[La Lucy viene arrastrando las pantuflas hasta mi pieza, me dice ¿me calentarías un platito de comida?]

Retiro todo, todo, TODO lo dicho.

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