viernes, 12 de noviembre de 2010

Lección para el vacío

Huidobro me regaló un paracaídas. El más hermoso que pude haber conocido jamás.
Lo dejó envuelto en mis brazos, con esos ojos brillantes, que al mirarme me hacían sentir distinta. Fuera de mi misma. Cervantes vino y lo amarró a mi espalda y a mi cintura: Ten cuidado, me dijo, porque se te va a caer si no lo cuidas.
Saint-Exupéry me llevó sobre el desierto en su avioneta perdida, bordeando el asteroide B612 para hacer piruetas mortales en el vacío. Jamás me había reído tanto jugando a coserte estrellas en ese collar, que luego usé de cuerda para dejarme caer por una de las alas de la avioneta.
Desplegué mi paracaídas, el más bonito del espacio sideral. Hecho a mi medida, que me sigue mirando con esos ojos brillantes frente a los cuales simplemente me quedo muda. Speachless me dijo Orwell, muy envuelto en su capa de dandy inglés.
En Saturno un marciano quiso dejarme un recuerdo, me palmoteó el hombro y por arte de magia quedé con dibujos en la espalda. Arcanos que mis ojos no pueden alcanzar sin un espejo. Me gusta cuando los dedos de alguien más delinean a la Golo, como si la estuviesen rehaciendo con cada pasada. Todos me preguntan qué es, qué significa. Solo yo se, porque solo yo hablo marciano. Es mi secreto, mío y del conejo que he seguido por este interminable laberinto. Ya no corre porque no va tarde a ninguna parte, y tampoco se molesta en decirme hacia dónde vamos, así que me he dispuesto a observar el paisaje con la calma más absoluta, bien amarrado el paracaídas a la espalda y en la cintura, sintiéndolo dormir por las noches, mientras Lorca nos canta una canción de cuna gitana y Dalí le hace la corte.
De Troyes me pasó la espada para defender a Isolda, Sancho te manda saludos desde su isla y dice que todo al fin de cuentas es barroco, Juan Emar me toma de la mano y va contando hacia atrás: 3,2...1


No hay comentarios: