sábado, 16 de mayo de 2009

sci-fi

Que todos entiendan.
Que entienda él.
Que entienda ella.
Todos menos tú. Tú no debes entender esto que estoy escribiendo. Una vez que lo hayas leído (si tú, nadie más que tú lee estas páginas) me vas a pedir explicaciones y yo bajaré la cabeza y por primera vez te diré: no puedo explicarlo, solo fue.

Si.
Estaban ellos dos.
Si.
Él pasó su brazo debajo de su brazo.
Si.
Su mano intentó agarrar su cuello.
Si.
Sus labios susurraron en su oreja.
Si.
Respiró en ella.
Si.
Quiso besarla. Pero él no entendió el beso que ella quiso darle, que era transparente e invisible, que era de otros cariños que jamás se consumarán. Porque yo escribí sus historias y ninguno de los dos supo entender la parte del beso.
La parte del beso que contenía el clímax de toda la historia, el nudo que sus lenguas no deberían haber querido desatar.
Si.
Se besaron.
Pero es que no, tú no entiendes, que yo soy el Pequeño Soid de mi obra, que yo escribo estas líneas con Metric resonando en mis oídos y que él si le habló a ella, que él si la abrazó, que él quiso besarla mil veces, que él mordió sus uñas y vagó por un Santiago en nieblas después, pero no se dio cuenta de que la niebla estaba en sus ojos.
Por eso tú no puedes entender.
Porque él, soy yo.

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