sábado, 9 de abril de 2011

Pongámonos serias

Mujer.
Bisexual.
Morena.
Sudaca.

¿Subalterna? Sin otra figura de mujer intelectual que me represente que no sea la del ama de casa, fleta rebelde, ambigua trastornada, histérica-castrada o loca de patio, tal vez la de maestra sea la menos denigrante (suspiro por Mistral).

¿Y todo lo demás? Masculino. La tinta es masculina, el logos aristotélico de griegos medidores de cráneo es masculino.
Los doctorados y magísteres son masculinos, y sí, en pleno siglo XXI las mujeres docentes con postdoctorado siguen siendo intimidantes, porque el conocimiento en las mujeres sólo se respeta si es chamánico. Si es la machi la que tiene el canto a flor de piel es porque es ancestral, pero ojo, pobre de ella si intenta adentrarse en los recovecos geométricos de Pitágoras.

Porque somos un montón de brujas aprendiendo a leer y dejando el cucharón de lado mientras revolvemos la sopa de la teleserie llorona. Porque si un hombre hubiese hecho la escena de Maldita lisiada no habría sido comprensible (aunque, otorguémoselo) tal vez jocoso.
La pluma, un falo más que chorrea la tinta en manos callosas y amarillentas, polvorientas de tanto manosear libracos enciclopédicos occidentales, en manos de mujer sólo sirve para anotar la lista del supermercado o los autógrafos de una estrella de cine. ¿Para nada más?
¿Debo sentirme orgullosa de mi educación, afortunada inclusive de salir del círculo vicioso del género y costura? ¿O debo apropiarme de aquello como algo que me fue siempre natural, bajo el viciado logo comunero del somos todos iguales?
¿Quién habla por mi? ¿Necesito que alguien hable por mi? ¿O puedo hablar ya sola y ser después leída y releída por ojos "ignorantes" que me encuentren críptica? (vuelta a lo chamánico en lo críptico de un código que yo no elegí, sino más bien que se me impuso).

Receptor(a) de tanto conocimiento inútil y poco práctico me deshilacho en ideas que van a rebotar con el eco del vacío, que serán tragado sin querer ser digerido. Porque es más fácil así... porque a fin de cuentas, ponerse seria es jugar al jueguito del señor que frunce el ceño y se rasca la barba asintiendo o apoyando su mano en el mentón.
Yo no quiero la barba, quiero lo que hay detrás: una voz.
Pero una voz plural, una voz que son muchas voces, una que capta diversos registros a medida que va soltando la lengua y no niega que es mujer pero tampoco se encasilla en ello.
La relatividad -peligrosa al eliminar la heterogeneidad- no es bienvenida en un mundo que llora pidiendo certezas y que construye todos los días pilares que en unos años más van a ser derrumbados.

Pongámonos serias, la cuestión es no dejar de preguntarse... va más allá del quién soy o de lo que hago, va más allá de querer teclear palabras grandilocuentes mientras se escucha a Rostropovich rasgando el cello con dulzura. Va inclusive más allá de preguntarse cuál es el rol de la mujer, sino más bien preguntarse por qué tiene que haber uno.

Y luego reírse a carcajadas.

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