martes, 4 de enero de 2011

Like a unicorn

Una fantasía.

Un sueño borroso con olor a esmalte de uñas que va desde el negro al rosado, dependiendo del estado de ánimo.
Una muñeca solitaria en la repisa que va acumulando polvo. Cambiando incesantemente de color de cabello, añadiéndose vida como un caleidoscopio.
Está en vitrina siempre, nadie puede comprarla. Su precio es demasiado alto.
Ella misma lo puso así.

Conoce a todas las niñas que pegan sus caras al vidrio, conoce todas las palabras, tiene el diccionario, lo leyó y lo tiró a la basura cuando la dejaron plantada en el altar de Ken tras escenario tipo Hawaii.
Y sin embargo, no se moverá de allí.
Seguirá subiendo el precio, seguirá colocándose glitter en las pestañas postizas, y dirá que todo está en ti, que la culpa es tuya, lo dirá todo porque sólo espera a una para poder bajar de la repisa. Y esa no eres tú. Ni yo.

No te creas especial, porque tu belleza no es de otro mundo, pero tampoco de éste susurra Oscar Hahn en el oído de las chicas guapas. Y ella bosteza, mira hacia el lado y se divierte con otras niñas que van dejando las huellas digitales en su caja empolvada.
El dependiente la sacude todos los días, y le cambia el último dígito del precio, más alto, más alto, más alto... a medida que pasan los días, la muñeca vagabundea por entre los peluches con mirada vacía y risueña, impenetrable (aunque de la impresión de no ocultar nada) hasta que se topa con otra, igual de alto, igual de empolvada, igual de cara.

No busca ni encuentra, mirada de plástico, sonrisa amable, mano escurridiza. Sin saber cómo ni cuando, descubre al mirarse en aquel espejo mattel o hasbro a una que sólo se tendrá a sí misma siempre en función de cuántas caras se le coloquen como sticker en la vitrina. Y de pronto ya no se siente única, de pronto ya no se siente especial, de pronto comienza a romper el empaque, y se da cuenta de que no es ella la que suben sino todas, que no es de fantasía sino real, que las niñas crecen y Oscar Hahn se aburre de recitarles poemas.

Allá arriba, cerca del foco, el dependiente se da cuenta de que una de las niñas intenta agarrar a las muñecas empolvadas. Se ha atrevido a pasar más allá de la vitrina.
No queda otra que dejarse llevar. Pretender ser unicornio, muñequita de plástico única entre mil millones de ellas. Que al final ya sabes lo que dice el refrán "dime con quién juegas, y te diré quién eres".


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