Yo no soy fuerte.
Ellas me hacen fuerte.
Me dan alas, pero también me mantienen con los pies bien puestos en la tierra.
Las dos son incondicionales. Me apañan en las buenas, en las malas y en las atroces. Me alcanzan los pañuelos cuando la cara se me cubre de mocos y lágrimas, entienden lo que les digo aunque les hable de hipo en hipo, y me miran con la cara de desesperación que sólo tienen las personas que quisieran tomar mi vida en sus manos y arreglarla para que yo deje de preocuparme por todo.
Hay cosas que no puedo arreglar. No puedo retroceder el tiempo y darle a la Lucy su juventud. No puedo arreglar su maternidad, ni las consecuencias que tuvo en mi mamá y mi tío.
No puedo parchar corazones ajenos ni remendar cicatrices que no son mías. Y hoy, tras escuchar ese grito de dolor genuino, me senté frente a la pantalla y me sentí sobrecogida.
No podía concentrarme en mi polola.
No podía concentrarme en mi hermana.
No podía concentrarme en mi madre.
No podía concentrarme en nada más que no fuera su dolor, y cómo poco a poco la muerte se va adentrando en esta casa, hasta colarse en mis huesos.
Puedo aguantar muchas cosas, pero no es porque soy fuerte. Es porque las tengo a ellas.
Mi barra favorita. Que me aplaude hasta los mocos.
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