Un ciclista pasa ordeñando a un troncal del Transardina.
En el paradero un señor se saca los mocos con los guantes puestos, noble proeza de higiene.
Arriba no veo nada, sólo distingo masas grises, cúbicas, con ventanas.
Abajo, una serpiente de metal abre treinta bocas y vomita gente con lenguas bífidas.
No entiendo nada, pero no es necesario entender. Sigo la flecha de sangre que está pintada en el suelo... más allá los treinta y tres están crucificados.
Hay señales de Exit en cada esquina, no llevan a ninguna parte.
Soy un selenita, un astronauta alienígena que orbita alrededor de un árbol o de un signo pare, da igual, ambos son verticales.
Un borracho vomita manifiestos de gatos negros sin cabeza, se sostiene en cuatro patas y otro borracho más elegante lo tira del collar con la cadena.
Al horizonte, un tetris de autos de colores chillones, el sonido de las bocinas terminó por pelar a los árboles, ahora todos son skinheads y en vez de hojas en el suelo están sus cadáveres contorneados con tiza.
Hay maniquíes ladrando en las vitrinas. Me duele la cabeza.
No hay caso, aprieto play y sigo mi camino. Sin mirar.
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