El boom mediático y morboso, el sobajeo de tumbas populares que bajo el brillo del reflector inundan las pantallas grandes y chicas, las de LED y en 3D. La muerte de los periodistas que con su número cabalístico de 21 (como lo fueron los 33 con la edad de Cristo) han servido de tapadura para aprobar Hidroaysén, y quizás quién sabe cuántos otros goles nos pasan suavemente bajo la puerta.
Gente que observa sin criterio y engulle identificándose con sujetos que son meros humanos -cuya muerte es lamentable- pero que no se identifica con otros: como el pendejo de 16, asesinado en plena balacera de conflicto estudiantil, cuya muerte pasó al olvido en dos segundos.
Mueven cielo, mar y tierra buscando una señal de IPhone que titiló medio segundo agónico y no son capaces de escuchar cinco mil voces o más marchando sudadas por la Alameda.
En qué mierda de país vivimos.
Lloren por algo que [sí] valga la pena.
Muévanse por algo que [sí] lo vale.
Dejen tranquilos a unos y resuciten a otros, córtenla con el marketing con cara de rictus.
No puedo dejar de pensar en La memoria obstinada de Patricio Guzmán:
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