miércoles, 15 de junio de 2011

Pasivo-agresiva

Una dice que no le da rabia.
Pero siempre hace agua por otros lados: llora hecha un ovillo en la noche, mientras la polola le hace "nanais" y se frustra ante la imposibilidad de intervención activa; se come las uñas hasta el codo, sube 3 kilos en dos días, se le olvida cepillarse los dientes después de comer y desarrolla vicios insólitos como pasar chupando un lápiz que usa de destacador.

Escindida.
Me jode, me resigno, me da rabia, me vuelve a joder, me vuelvo a resignar... es un ritmo infinito. Lo odio. No se cómo salirme diplomáticamente de él.
¿Por qué tengo yo que quedarme cuidando a su madre?
¿Por qué tengo que cuidar a la mujer que detesta a mis padres y habla pestes de ellos hasta por los codos? (y la demencia senil no colabora con la amabilidad...)

Me da lástima, me da pena, me siento mal por querer que desaparezca.
Pero es cierto, quiero irme.
Convertirme en un espectador externo, alguien que puede "pasar a visitarla", criticar desde fuera, taparse los oídos y prender la tele acostado en su cama, o en un sillón de su casa. Porque ella no está ahí, no vive en la pieza del fondo, callada y venenosa, media bipolar y media cuerda, leyendo infinitamente, agujereando los libros cual larva anónima.

¿Por qué tengo yo que reorganizar mi vida?
¿Por qué no puedo salir a no ser que sea a las bibliotecas o a la universidad?
¿Por qué tengo la sensación de que nadie puede hacer nada excepto aquellos que no saben cómo hacerlo?
Y lo peor es que no puedo odiarlos, porque no pecan de maldad, sino de estupidez... que es más peligroso aún.

Dame paciencia, tú, supremo creador del "todos vamos para allá...".

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