Torpe.
Tiene la lengua hecha nudos y los dos pies izquierdos.
Al menos mi amor es así. No puedo - y me cuesta mucho - ver el mundo como lo hacen otros. Y creo que muchas veces pago yo mi mismo pecado, cometido por otras manos.
Da igual, el amor es amor.
El amor se vive, se respira, donde sea que yo esté. Por lo general es mi nudito en la garganta, es mi mirada vidriosa, es mis dedos mordidos, son mis kilos de más o de menos, es mi risa tarada, es mi tartamudeo, son mis Converse una sobre la otra con mis pies dentro sudando. Es el vértigo de perder y ganar, de jugar y apostarlo todo, de saberse en posición desvalida siempre, da igual del lado del que Ud. esté (lo del Ud. se me está pegando de tanto estar en Bogotá), Ud. siempre va a perder.
Y eso es lo que el resto no entiende. Que perder es ganar. Que alejarse es acercarse, que es la oportunidad de ser romántico, de escribir, de mirar paisajes exóticos y suspirar por la amada, de hacer yogas matutinas y comer hasta hartarse, de beber y bailar y recorrer y perderse. De encontrarse a uno mismo para no perder al otro. Es siempre un intento de mantener ese cochino y escurridizo equilibrio. Un equilibrio cabrón hijueputa, dirían aquí.
Da igual cuánto cambie el modo dual de mis tarjetas sims en mi celular, o de si es Tigo o Comcel la empresa que me estafe con tarifas extrafalarias. Mi amor no cambia, ni tampoco mis anhelos, ni tampoco mi búsqueda de paz.
Da igual si desayuno arepas con queso y leche con chocolate y frutas y yogurt con cereal, o si me como un pan tostado con queso y leche sin lactosa, o si me zampo un café furtivo y un trozo de queque, seguiré sintiéndome torpe en el lugar del continente en el que esté. Porque mis brazos no alcanzan a rodearte como tú lo mereces... pero puedo intentarlo.
Puedo seguir moviéndome, viajando, buscando, amándote. Puedo seguir viviendo, para mi y para ti. Y cambiar el modo dual del teléfono esperando el sobrecito que dice "Andrea <3" titilando en mi pantalla.
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