Todos recordamos aquel triste momento en que Stich le dice a Lilu que ohana significa familia... y mi familia es chiquita... y está rota, pero es buena.
Ante tal momento auspiciado por Disney crecemos todos con una configuración ideal de familia, compuesta por una mujer y un hombre (modelo heteroparental, por supuesto) y varios pequeños rubios que corretean por la casa cometiendo sus humoradas dignas de comedia norteamericana. The american dream family with the white big fence.
¿Y si no te toca una de esas familias de ensueño?
¿Y si la realidad es, por lejos, mucho más compleja?
Qué tal si eres como yo y te toca esto: madre lesbiana que vive en Costa Rica, padre enamorado del amor que va por la tercera esposa y ha generado la prole de dos hermanos menores y una mayor, sobregirado al máximo -a diferencia de madre que dudo posea cuenta corriente-, abuela con principios de alzheimer, tío en negación, primo al borde de la drogadicción y el escapismo que tiene citas con una mujer 40 años mayor que él, al lado de tía y primo menor que viven en el eterno mutis de quien piensa mucho pero nada se atreve a decir.
Jerarquías complejas, ¿no?
¿Cuál es el punto de apoyo para una ser humana tan compleja como yo? (aquí nadie se libra, todos somos enredados)
Nada, recordar que absolutamente ninguna familia está sacada del molde Disney, porque si fuera así, lo más probable es que esté conformada por un montón de psicópatas asesinos o simplemente por un montón de reprimidos que sonríen bajo un plato de sopa pero se zampan Prozacs como si fuesen caramelos a la hora de dormir.
La realidad es triste, pero más triste aún es hacerse la víctima, creer que no se puede cambiar jamás al resto, y convertirse en una traga-prozacs más del montón.
Y todo esto lo digo porque en hora y media más tenemos la temida reunión familiar...
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