Hace dos días estaba postrada en tu cama con la piel ardiendo y me dolía hasta pestañear. Mi colon era del porte de un Lindorfo (o sea, membrillo) y al parecer mi fecha de caducidad se cumplía porque sentía que me estaba pudriendo en vida tanto física como emocionalmente.
No estaba bien, y probablemente nunca estaré siempre "bien", ese "bien" en el que no hay absolutamente nada que falle en tu vida. Esa perfección que Disney (sí, siempre lo culparé) nos metió en el coco con el arcoiris y las chispas de colores al final.
Disney existe, no lo niego, pero sólo en momentos, en detalles... en roces.
A pesar de que mi escritorio rebalsa con cosas que debo leer, con documentos que debo fichar, con correos que debo enviar y artículos que rellenar, a pesar de que mi abuela no recuerda si la saludé y me dice chao cuando estoy llegando, a pesar de que ayer mandé al carajo a mi madre cuando la culpa no era de ella y a pesar de que mis dedos torpes no captan la sutileza del punto elástico que mi hermana ya domina con maestría.
A pesar de que tengo problemas hasta el cogote, basta un ratito contigo y una canción para devolverme el alma al cuerpo.
Y para los que en algún momento no tuvimos la dicha de poder entrelazar dedos ni intercambiar cursilerías (porque no siempre se es así de feliz/idiotizado) los animo a encontrar ese roce, ese detalle, ese momento en que inhalas y miras por la ventana y dices "este momento es mío y de aquí no me muevo".
Es eso, un segundo, un maravilloso segundo que puedes congelar entre toda la maraña y la locura, es una conversación, un pucho fumado en la noche solitaria, un sol que sale a través de las nubes y no calienta ni pizca pero se ve maravilloso.
Es difícil escribir cuando se está feliz, no hay palabras sangrantes ni heridas abiertas... es aún más difícil apropiarse de la felicidad y del derecho innato que tenemos de obtenerla según los medios más comunes: comerse un helado sentada en una banquita, leer a Huidobro debajo de un árbol, reírse por nada, ver el cielo de guata y notar cómo el sol se va filtrando entre las hojas mientras alguien te acaricia el pelo.
Hay que adueñarse de eso. Sobre todo ahora que nos lo están quitando todo.
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