No nos engañemos.
Nadie presiona teclas al azar.
Todo, absolutamente todo lo que digas puede y va a ser usado en tu contra.
Ser escritor es peligroso, tienes que cuidar que cada palabra vaya de la mano con el mundo, porque si rompes ese espejo y pasamos al otro lado del túnel vamos a descubrir que en realidad no existe ese límite.
Somos lo que escribimos porque cada dedo nuestro presiona ese lápiz en el papel, o esas teclas en el computador.
No hay libertad de expresión, porque estamos siempre encadenados a ese lado consiente que nos ladra cada vez que cruzamos la línea roja.
Por eso los escritores buenos son los que descubren el velo. Los que corren la cortina y te dicen "Mira, el mundo no es como lo pintas... hay más..."
Los que no temen ensuciarse las uñas con tinta y decir lo que piensan. Lo que realmente piensan, lo que ni siquiera saben que podrían pensar.
Es ir más allá.
No nos engañemos, yo misma uso la palabra ficción cuando escribo cosas que sólo puedo soñar. Pero el sueño también es una realidad que se puede volver palpable.
Si yo escribo que veo elefantes rosados no es culpa de mi córnea sino de que tú no puedes creerme. Que la ciega eres tú.
No existe la palabra libre del pecado de realidad, por más que liberemos el alma con honguitos mágicos en medio del Cajón del Maipo o en el after de algún carrete nos fumemos un sendo caño milagroso... Todo está conectado.
¿Ficción o realidad?
Una vez que se ejecuta la primera, ¿no se vuelve la segunda?
Reventando esa barrera no se logra nada, probablemente.
Pero siempre es divertido divagar entre fronteras.
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