Si una niña de 10 años es capaz de decirle a otra que ella no es nadie para definirla. ¿Hasta cuándo dejo yo de hacer mi retrato con trazos ajenos?
Yo estoy hecha de barro y vidrio. De alambre y masa. De arena, sal y del agua que se empoza después de la lluvia. Estoy hecha de aserrín y de lenguas de gato.
Me voy a poner en modo tortuga luego. Ya puedo sentirlo.
Se viene la desconexión total. Y me voy a evaporar en un código binario, como el humo que exhalo cuando me escapo para fumar un cigarrillo.
El frío me solidificará la sangre pero me licúa el seso. No hay gorro que contenga todo el pajeo mental que tengo acumulado. Es grotesca la hinchazón.
Y no viajaría y me recluiría en mi madriguera hasta que aparezca mi yo de verdad. Y entonces me sentaría conmigo misma en la mesa, con una cerveza en la mano, para preguntarme qué es lo que quiero de verdad, carajo.
¿Te acuerdas cuando nos preguntábamos las cosas, como si no hubiese consecuencias en el mundo?
No tengo idea.
Me vuelvo a deshilvanar.
Es el tiempo de hacer la tarea emocional, además de la práctica. Pero no quiero, la montaña de mugre escondida debajo de la alfombra se ha puesto muy grande.
No puedo parar.
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