Y ya la perdí...
¡Ah sí! Iba a hablar de que Jorge y Mario han entrado en mi vida con una fuerza enorme. Me han cantado y recitado. Me han pillado volando bajo y me han recordado que no nací para ser jaula, sino para ser pájaro. Me han recordado que el único modo para aprender a volar es pegar el salto con los ojos cerrados y las alas extendidas. Pegar ese salto al vacío más atemorizante que es lo desconocido, que es el futuro de no saber precisamente cuál es el mismo.
Por eso a mi no me leen las palmas ni las hojas del té ni los dados me giran (aunque sí leo mi horóscopo, cada vez menos eso si) con designios místicos: porque no quiero saber. Porque cada vez que intento controlar las cosas, cometo errores impulsivos, torpezas irrefrenables e inexplicables luego. Y me quedo triste. Y no quiero más tristeza que de esa ya tengo suficiente.
Hoy leí el poema de Mario, mi parte favorita es (evidentemente) la que más me refregó en el rostro quién fui/soy/dejo de ser.
Que uno tiene que buscarlo y dárselo...
Que nadie establece normas, salvo la vida...
Qué sabio Mario... qué sabio.
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