Deshilvanada.
Leída por ojos equívocos y errantes, vagabundos en el brillo de un iris difuso, disuelto en un rostro sin forma. Molecular y expansivo, en contante explosión y fusión con mi retina.
Disuelta. Di suelta. Dilo.
Hecha de lirio, hecha de rosas, hecha de espinas.
En ese vaivén de los pies que se suceden rápidamente uno tras otro siguiendo tus huellas, revisando las marcas del camino y avanzando en aquel constante círculo que no nos lleva a ningún lado sino dentro de nosotros mismos.
Porque desde que nacemos nos caminamos por el ombligo.
De redondez igual al ojo en el que me reflejé hace un año, donde quise vislumbrarme y encerrarme.
No se puede ser coherente: entre hecho y palabra pretender ser fijo es pretender ser inmóvil. Para moverse hay que ser contradictorio, para avanzar hay que negar todo lo previo y quemarlo y renacer de la ceniza hecha polvo. Aspírame.
Ya verás que yo no veo como tú... y tú no ves como yo, aunque tropiece caminando por el círculo de tu ombligo.
¿Y qué pasaría si se fusionasen tus tropiezos con los míos? ¿No sería acaso infinitamente mejor y más espacial? Espacial y no especial que no somos sino reproducciones, un patrón bien cortado en papel mantequilla que se desespera por tener tintes propios. Píntame.
Yo no soy original. Tú me haces original.
Hecha de lirio, hecha de rosa, hecha de espina, hecha de calas, hecha de lavanda... disuelta en el polen que soplas.
Cógeme.
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