Sigo sintiéndome como ese perro que se muerde la cola una y otra vez.
Dándole vueltas y vueltas al asunto. Buscando las respuestas que ya tengo entre mis dientes pero que no logro decir en voz alta.
Por eso me siento todos los lunes a las 3 en un cubículo feo de paredes blancas y amarillas, y detengo mi mirada en el cable enroscado del citófono y en los cuadros igualmente feos de botes amarrados en algún muelle perdido.
you were only waiting for this moment to arrive
Descifrar los códigos ajenos es tanto o más difícil que descifrar los propios. Aunque yo no sea la única que tenga que lidiar conmigo.
¿En qué minuto del camino me perdí?
¿En qué minuto de tu reloj, Bernardo, todo se volvió tan caótico, tan inconmensurablemente caótico?
Es como si aquella estabilidad hubiese sido arrebatada de mis pies y ahora pataleo en el vacío/lleno que soy.
Nada es inteligible, sólo hay una mazamorra de palabras e imágenes. Un amasijo de pieles y rostros y susurros, un montón de voces de mujeres que se cuchichean al oído en el metro.
Dime, Angélica, dime por qué todos los lunes me siento en tu feo sillón a las tres de la tarde y hablo de mujeres y te voy mostrando una a una mis cicatrices, casi con un gusto enfermizo de que alguien - aunque obligado - las mire sin decir ni una palabra siquiera.
¿Por qué ya nadie sólo pregunta por preguntar?
No se cuándo fue el momento en que pensar se convirtió un martirio. Una losa pesada que aplasta mis ideas y sólo les permite escurrirse por los lagrimales.
Es la falta de sueño.
Son los tequilas de anoche.
Y siempre vuelve... nunca se va... este nudo en la garganta. Este inexplicable nudo en mi garganta.
Soy el pájaro negro que tiene que aprender a volar con sus alas rotas. Soy el pájaro negro que tiene que aprender a ver con sus ojos rotos. Eso dicen los Beatles.
So it must be true.
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