Sinceramente no voy a terminar de entender nunca a las personas.
Ni siquiera a mi misma.
Esa fragilidad de un hilo que se rompe sin hacer sonido.
¿Cómo no vemos ese tren que se acerca mientras atados a los rieles, tirados de espalda, miramos las estrellas?
Lento. Primero todo se mueve lento.
Los días pasan grises por fuera de la ventana.
El estímulo.
Lo ves, te mira, se miran. Flechazo. No tienes suelo. Vuelan los mensajes de texto, cartas, canciones, citas, frases únicas que sólo ustedes dos comprenderán. Van inflando la nube y sube y sube y sube.
El guatazo.
Aquel piquero inesperado. Como cuando el instructor de salto al aire libre te empuja por la puerta del avión y te dice que uses el tiempo y un helado de chocolate como paracaídas.
Váyanse al carajo, terminas gritando una vez que haz logrado pasar por todas las "etapas" del dolor. Váyanse al carajo tarjetas de Village, váyanse al carajo películas de Disney, váyanse al carajo comerciales de Coca-Cola, váyanse al carajo peluches, váyanse al carajo querubines de poto pelado con arquitos y blonditas frú frú, váyanse al carajo comerciales de Rolls, vete al carajo Crepúsculo, Luna Nueva y seguidillas, vete al carajo graffitti de la calle Grecia que nos tiene mirando como imbéciles el suelo y siguiendo las flechitas, váyanse al carajo los celulares y su foto en el msn que aparece socarronamente cada vez que se conecta porque aún no te animas a borrarlo de ahí.
¿Qué queda?
Mirarnos en el espejo y recordar que estamos hechas a mano. Que no somos sólo simpáticas y guapas, sino además inteligentes. Que llorar por amores perdidos nos hace ver sólo más miserables y la miseria dejó de ser el look desde que descubrimos que termina lateando.
Que en verdad no nacimos para andar regalando perlas a los cerdos cuando la joyería es para una misma.
Que se joda. Realmente que se joda.
Yo para mí y él para todas.
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